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Saturday, August 19, 2006

VIDA, AMOR Y MUERTE

No desperdicies, ni un segundo, alojando en tu interior, el odio o el rencor. Además del desperdicio de tiempo, resulta pernicioso para la salud. La tolerancia, la compresión y el amor no te evitarán las arrugas, pero las harán lucir radiantes.

La aceptación de la propia vejez es un prolongado entrenamiento de la compresión y de la auto-estima, aunque siempre será más fácil envejecer si lidias nietos o permaneces alerta, física y mentalmente, para reencontrarte con el amor a cada instante.

Ya es común oír de todos, que la vida es muy breve. Y es cierto, pero siempre debemos tener presente, que independientemente de la brevedad de ésta, cada una, cumple una misión muy definida en su existencia.

También es común oír sobre la universalidad y el poder del amor, y sin embargo, incontables veces, hemos dejado las puertas abiertas al miedo para que lo espante y lo expulse de nuestras vidas. Sometamos al miedo y nutramos la llama purificadora del amor hasta que nos queme y nos haga cenizas sagradas. El amor algunas veces es un pájaro y otras, es un nido. Muchas veces, cuando más convencidos estamos de su solidez de acero templado, se nos deshace en la boca como algodón de azúcar en una profusa salivación de almíbar.


Otro fuego purificador: la solidaridad. Practicar la solidaridad, enaltece al género humano. Dios, exhortando a amar al prójimo como a uno mismo, probó su condición omnisciente.

Desprendimiento es la otra clave. No declararnos dueños de los seres y de las cosas. Ser parte de la gente que amamos y del paisaje que nos produce gozo, no significa que nos pertenecen. Recuerda que un día cualquiera debemos morir. Es la transición; una metamorfosis del domicilio, y ésta será reconocida en la medida de nuestro desprendimiento por cosas y seres que nos rodean. Somos seres mutantes. Lo que anhelamos con tanto ímpetu hoy, mañana nos resultará superfluo.

La muerte puede ser un acto de liberación en algunos casos, y en otros no, pero siempre es algo inevitable, lo que la convierte en un hecho natural. Recordemos la tragedia de Job: Dios lo despojó de sus hijos, y bienes, de todo cuanto amaba ¿qué hizo el pobre hombre? De cara al cielo, imploraba a Dios que le mandara la muerte. Permanecer vivo era la prueba a su fe. O el castigo al deseo de posesión. Pero su hambre más acuciante, era de muerte. El no concebía otra liberación que no fuera su propia muerte.

Job fue victima de dolorosas enfermedades. La lepra hizo jirones de su carne y clamó: !enfermedad, hija predilecta de la muerte!

La ausencia de bienestar físico es un desprendimiento involuntario de la salud y esto nos ayuda a aceptar la muerte. No esperemos a enfermarnos para tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad. La vida es frágil.

Vivamos en un continuo acto de desprendimiento. Esto nos eleva y convierte nuestra transición a la muerte en un episodio decoroso, ahorrándoles innecesarios traumatismos morales a nuestros sobrevivientes cercanos.

Siempre tengamos presentes que vivir, amar o morir son las mismas caudalosas aguas que bajan de las montañas más altas hasta descansar en serenos arroyos.

Vida, amor y muerte nos son dadas, y del formidable poder de sus presencias, solo atisbamos al resplandor y a lo inescrutable.